Beatriz Sevilla Garnica, Bea
Psicóloga habilitada sanitaria, fundadora y titular de la Clínica Teneas (NICA41312)
Una buena orientación escolar reduce la frustración y prepara a niños y adolescentes a afrontar los contratiempos.
Una buena orientación escolar reduce la frustración y prepara a niños y adolescentes a afrontar los contratiempos.
Cuando los padres consiguen orientar a sus hijos en los estudios de manera que perciban sus dificultades y generen recursos para ir superándolas, asientan también las bases para tener una mejor relación entre ellos en el futuro, porque los ayudan a desarrollar su autonomía, pueden dedicarse a cosas más placenteras y ahorran gastos en academias, profesores particulares y psicólogos.
Para que un niño genere los recursos psíquicos necesarios para hacer aquello que no le apetece, son necesarias dos cosas:
La primera, que sea capaz de probar y mantener intereses independientes de lo escolar, con los que disfrutar y potenciar la motivación y capacidad de aprender.
La segunda, el acompañamiento de un adulto que le ayude a poder enfrentarse a lo displacentero, permitiéndole errar, aprender de las consecuencias sin vergüenza ni culpa y mantener la confianza en que las cosas mejoran poco a poco
Para que un niño genere un hábito de estudio, es preciso empezar por metas fáciles y sencillas para luego ir aumentando el tiempo, a medida que trabajamos la motivación intrínseca. Nos fijamos desde donde partimos, y qué objetivos realistas nos podemos trazar según el niño/a. Acordamos qué hora y lugar es el mejor y cómo incentivar la concentración, acotando el tiempo de estudio y pensando en un placer cotidiano posterior.
Con 6 años, sería conveniente empezar por 15 minutos diarios, para observar qué dificultades se suele encontrar y trabajarlas (falta de atención, de motivación, de comprensión…), a los 8 años podría ser sobre 20-30 minutos e ir aumentando el tiempo de estudio sobre los 45 minutos a los 10 años y de una hora a los 12.
Una vez acabado el tiempo marcado, se dejan las actividades y tareas que queden por hacer y se pasa a algo placentero o de descanso. Las consecuencias de haberlo hecho mejor o peor, o no concluir los deberes, deben venir de la escuela: la familia anima a que se siga esforzando por llevar todas las tareas realizadas o por aprobar las pruebas, pero no premia ni castiga, se muestra disponible para resolver dudas, pero no acompaña todo el tiempo ni les realiza las tareas.
El trabajo escolar es algo que se debe hacer para uno mismo, y no para los padres, de lo contrario carece de sentido y enturbia la relación. El resto del tiempo entre semana, intentamos apartarlos de las pantallas, y hacer cualquier tipo de actividad, en la que poder ver si es capaz de concentrarse (dejar de percibir estímulos distractores), motivarse, trabajar en equipo, disfrutar con lo aprendido y soportar las equivocaciones y los errores…
Los juegos de mesa y las actividades artísticas son excelentes tareas para desarrollar el potencial psicoemocional, lo cual va a tener importantes beneficios en la motivación, autonomía y rendimiento escolar.